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Había una vez en una ciudad muy lejana. Un hombre. Para ser más precisos un vendedor. El vendía rehiletes. O Molinillos, como mejor los conozcas.
Él me contó una pequeña historia. Sobre el trayecto de su vida a lo largo del tiempo. Yendo a vender de un lugar a otro. A ferias. Desfiles. Eventos escolares. De calle en calle. De ciudad en ciudad.
Me decía que su negocio ya estaba muerto. Que ya las cosas no eran como antes. Con la llegada de la industria pesada. Los chinos. Y vamos. La creciente de las necesidades del mercado así como el celular. Había matado a muchos negociantes que el conocía.
Dijo: Con la llegada de los teléfonos móviles. Los padres solo le dan éste a sus hijos y es suficiente. Lo que muchos no comprenden. Es que el celular jamás podrá sustituir un juguete de verdad. Son sensaciones diferentes.
Se me hizo tan fantástica. La manera tan simple, directa, concreta. De contarme que cuando el negocio iba tan bien. Su corazón estaba lleno de tranquilidad a pesar de que duraba días sin dormir por entregar los trabajos en su momento.
Que existían en la actualidad pocas personas que elaboraban productos como el suyo. Que hoy que el negocio estaba roto. Seguía conservando esa paz. Esa tranquilidad. Esas ganas de salir adelante cada vez que los rayos del sol pegaban en su rostro.
¿Él era feliz? Yo creo que era más que eso. A pesar de su edad continuaba con su jornada.
Existen personas que dedican su vida completa a un arte. A cultivar un don. A caminar por lugares que ni un tío con plata caminaría o conduciría.
Existen personas a las cuáles no les importa ganar. Solo adoptan el trabajo como una forma de vida. Mezclándolo con su propio ser. Hasta fundirlo y tener algo totalmente nuevo. Invencible. Algo sin duda increíblemente mejor. Estando sanos. Completos. Cuerdos. Conscientes del viaje. Disponibles a disfrutar como venga la marea. Sin importar si esta es: rOjA. bLANCA. aZUL. aMARILLA. vERDE.
Existen personas dispuestas a crear emociones. Risas. Recuerdos. Inspiración.